En aquel rincón nos sentábamos a hablar
cuando el mar ya dormía.
Sentados en ésas escaleras
merendábamos risas y batido de chocolate.
Decías que te gustaban mis manos.
Cuántos amaneceres nos habrán sobrevenido,
acariciándonos la piel del alma
en ésta misma playa.
Casi puedo recordar
tu última mirada
el día en que la muerte
te robó el nombre.
viernes, 15 de agosto de 2008
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