Mi abuelo me dejó
un aroma de castañas asadas,
la imprenta de su mano
sobre la mía
y un defecto genético
en los meñiques.
Me dejó también
un recuerdo,
difuminado apenas
por el paso de los años,
un paseo por la calle Madrid,
partidos de fútbol
en el pasillo de una casa
y su amor por las palabras.
Mi abuelo me dejó,
como quien deja un barco
a punto de naufragar,
como el luchador innato
que deja el pueblo
con ansias de nuevas aventuras.
Y estornudaba cuando le daba el sol,
y doble ración de patatas fritas
en el Plaza.
Se apodaba Francisco,
se llamaba
Libertad.
viernes, 30 de julio de 2010
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1 comentario:
ME encantan, especialmente, los tres últimos versos.
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