Es otra la hora,
distinta de la que dicta tu reloj,
hora de fiebres y excesos
y amor por el último whisky.
Otras son las sombras que me habitan,
otra la nostalgia
que me empuja a recordarte
más viva que nunca,
golpeando el muro de la memoria,
Berlín,
mil novecientos ochenta y nueve.
Otros son los bares
que me escuchan cuando ya nadie lo hace,
es otro el tiempo
y mi melancolía.
Es otra la vida, y sin embargo
iguales son las calles,
la gente y sus conversaciones,
el puesto de fruta en el mercado
y la soledad.
¿Cómo explicarle
a los científicos de Greenwich
que es otra la hora
cuando me besas?
miércoles, 7 de julio de 2010
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