Tiene que pasar algo.
Es como ese silencio abrumador
que precede a Hiroshima
o como el calor en el índice que advierte
cuando ya no queda nicotina,
algo,
los fuegos artificiales, la palmada
o el puñal en la espalda,
los ojos en llamas del sexo,
las manos que no quieren irse,
algo.
Lo más aterrador es la espera,
el pilotito rojo
del standby en los sueños,
el impasse
entre vida y vida de los revenants.
Sin embargo, claro, en todo hace falta
una acción que impulse al cambio,
a levantarse y decir hasta aquí
y salir de la cueva
y espantar a las sombras
y entonces Hiroshima y el pucho y los fuegos las palmadas
los puñales en los ojos las manos los colores los sueños y los revenants,
todo cobra vida y se dibuja
con firmeza en la pared para gritarte
que estar vivo
te obliga a demostrarlo.