Quiero creer
que no todas las personas
que cogen un tren
a las siete de la mañana
van borrachas.
Quiero creerlo, pero me cuesta.
Oigo risas, llantos y gemidos,
vómitos de sábado
aún sin resaca,
huele a ron
y a vidas rotas.
Frente a mí
hay una señora mayor
rodeada de tres muchachas
que chillan
y la mujer
se siente fuera
del mundo que representan las muchachas,
lo refleja su cara:
arquea las cejas
y esquiva el contacto visual
y las muchachas se divierten
pero la mujer no
y yo no
y arqueo las cejas
y esquivo mirarlas
pero aún así
no me siento fuera
porque a las muchachas
y a mí
nos unen algunas cosas:
la edad, por ejemplo,
o el poco apego por la vida,
nos unen
el vicio y la noche,
puede incluso
que yo sea
otra de ellas
y que haya desdoblado mi personalidad
y que una parte de mí
esté escribiendo esto
justo al lado de la señora
y la otra parte de mí
sea ese señor con barba
y chaqueta de cuero
que ahora me mira
como si quisiera
matarme.
jueves, 24 de noviembre de 2016
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