Hay una hora en la que la ciudad
pierde su elegancia, y las paredes
se relamen la bilis de los atardeceres.
En ese momento las esquinas enmudecen
y el plenilunio ilumina por fin
ese rincón que recompone las cenizas del recuerdo.
Es entonces cuando dos ojos,
cuatro con suerte,
dilucidan que los esenciales no son los "porque",
sino los "aunque".
sábado, 20 de diciembre de 2008
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